Negociación y rabietas
En el quehacer diario de una madre de una niña de dos años, las cosas se complican. No lo digo por mi repetida ausencia (el máster me está matando), sino por las rabietas de mi no siempre dulce fiera. Para que os hagáis una idea, durante una semana me dijeron en la haurreskola que era «muy cabezota» e incluso llegaron a decir que era «la más cabezota de la haurreskola«. Me lo creo. Si no hubo forma de enchufarle un chupete, un biberón (ni con leche materna), hacerla dormir en su cuna (mucho menos sola), ni disfrutó jamás del capazo del carro, ¿qué pensabais que iba a hacer Emma a los dos años? En la haurreskola, donde todo es paz y amor, decidieron que la niña no iba a jugar hasta que hiciera lo que tuviese que hacer (un pis antes de la siesta, que es innegociable). Yo asumí la misma estrategia. En el jardín, a 8º: «¿No te quieres poner los calcetines y zapatos? Entonces Emma se quedará sentada en la silla sin jugar con sus amigos hasta que Emma se ponga los calcetines y zapatos». Y punto. Y ojo, se quedó varios minutos. Sin llorar y enfurruñada. Y hasta aquí lo fácil… ¿Qué pasa cuando vas al pediatra y la niña llora como si la estuvieran torturando a pesar de que el doctor la va a mirar en la sala de espera, fuera de la consulta, para no incomodarla? ¿Y qué ocurre cuando la niña no quiere vestirse e irse de casa de Ian a pesar de que todos se han ido y es tarde? Buffff… Pues, una vez más, la madre establece qué es negociable y qué no lo es. Pero claro, tener público complica inmensamente la situación y Emma sabe que juega con ventaja. El pediatra me fue indicando qué hacer en todo momento para no perder la batalla (estar a su lado, sí; hacer caso de sus gritos, no; decirle las cosas, sí, pero sólo una vez, etc.). Así estuvimos ¡cuarenta minutos! En un momento dado, hasta casi lloré. Los padres de Ian también pueden entender una situación violenta en que le pongo a Emma los pantalones de la única forma que puedo cuando ella no quiere (inmovilizándola). Pero como decía, ¿qué ocurre cuando hay público ajeno a nuestra cotidianidad? Bueno, pues dado que creo que en el pueblo donde vamos a hacer la compra empezaban a creer que era la peor madre del mundo, debido a sus sonoros espectáculos, ahora cada vez que vamos Emma tiene derecho a comprarse una cosa, y siempre elige un huevo Kinder. Ha sido una negociación fácil pero forzosa (no me gusta que cada vez que vayamos al supermercado la niña coma un huevo de chocolate, así que procuro no ir con ella, máximo dos veces al mes). No me gustan las rabietas. Además, Emma se enfada conmigo cuando pierde. No sólo es tozuda como una mula, además es orgullosa como su madre.
En la imagen, vía Design Mom, una preciosa habitación infantil de inspiración noruega.

Gessamí, veo que os han llegado los temidos 2 años y, si además Emma es cabezota y orgullosa, la cosa se complica. Fuera de casa y con gente alrededor los niños no se comportan igual, nosotros como padres nos vemos en desventaja y también nos cuesta más mantenernos firmes, por el qué dirán o la vergüenza y los niños se dan cuenta y se aprovechan de la situación. Como psicóloga te recomiendo que intentes hacer parecido a lo que harías sin público, intenta evitar al máximo situaciones conflictivas y deja que algunas veces ella gane la batalla aparentemente para ella, aunque acabe haciendo lo que tú quieres, dándole opciones y que ella escoja. «Qué prefieres? Te pongo yo los pantalones o te los pone papá?». Como madre te diría: «mucha paciencia». Seguro que lo estás haciendo muy bien!
PD: Tengo pendiene un post, no creas que me he olvidado, pero se me ha girado bastante faena. En cuanto pueda me pongo manos a la obra.
Un beso!